Batió casi todos los récords de ventas, habituó a una generación (y a varias de las que vendrían después) a incorporar ideas como 'ópera rock' o 'disco conceptual' en sus vocabularios musicales y dio pie a una de las puestas en directo más pantagruélicas y excesivas que se recuerdan. Así se abrió la veda a una carrera sin freno hacia el desparrame y el espectáculo pirotécnico, convertidos en santo y seña del rock de estadio. The Wall, de Pink Floyd, se publicó un 5 de julio de 1979, y hoy nos proponemos recordar por qué sigue siendo uno de los discos más importantes de la historia del rock.
The Wall fue, desde un principio, un éxito arrollador en Estados Unidos, donde se mantuvo quince semanas en lo alto de las listas de ventas y despachó un millón de copias tan solo dos meses después de salir a la venta, el 30 de noviembre de 1979. Desde entonces, las cifras no han hecho más que crecer exponencialmente. Y, sin embargo, el disco fue, en cierto modo, la respuesta de una banda acuciada por la falta de dinero y necesitada de publicar un disco para salir adelante.
A finales de los setenta, Pink Floyd recogía los frutos de una serie de decisiones financieras desastrosas que les habían hecho perder muchos millones. La banda, además, se encontraba ciertamente anquilosada en cuanto a propuesta y vigor en plena explosión del punk, un movimiento musical cuyos parámetros no podrían estar más alejados del virtuosismo y elaboración característicos de Roger Waters y compañía. Además, tanto el solista como la mayoría de componentes del grupo se encontraban incómodos ante su relativamente nuevo estatus de grupo de grandes recintos.
Con ese caldo de cultivo, Roger Waters concibió el que sería undécimo disco de la formación británica como una ópera rock protagonizada por Pink, un sosias de él mismo, a través del cual volcaría las inquietudes que le asaltaban a la hora de gestionar el éxito y las nuevas maneras de público y fans, añadiendo un tamiz de vivencias personales que iban desde la muerte de su padre en combate en la Segunda Guerra Mundial, el estricto entorno educativo en el que creció, y otros traumas y vivencias que son los ladrillos que construyen el muro que da nombre al disco.
La grabación del disco no estuvo exenta de dificultades, principalmente por la necesidad de dotar de consistencia a lo que, en la primera concepción de Roger Waters, era solo una pincelada general, así como por las más que evidentes diferencias que existían entre diversos miembros de la banda. Pese a todo, el trabajo salió adelante y se sobrepuso no solo a ello, sino a la reticencia de gran parte de los ejecutivos de la discográfica de Pink Floyd, que no acababan de ver clara la genialidad de un carísimo y ambicioso doble disco.
El lanzamiento del disco, sin embargo, hizo callar casi todas las bocas. The Wall era (y es) un disco con una instrumentación frondosa y apabullante, y una plétora de efectos, detalles y matices. El cuarto disco conceptual de Pink Floyd sublimaba casi todo lo que se podía esperar de un ejercicio de estas características y, además, gozaba de canciones de inapelable efectividad como Another brick in the wall (Pt.2) o Comfortably Numb.
The Wall se convirtió en un auténtico acontecimiento, además de ser el segundo disco más vendido, detrás de The Dark Side Of The Moon, de un grupo que pasa por ser uno de los que más discos ha vendido en todo el mundo en la historia de la música. El éxito de The Wall, además, ayudaría a encumbrar el ego de Roger Waters y marcaría el comienzo del fin de la banda, cuyas tensiones internas le llevarían a abandonarla en 1985.
Pero antes llegaría un periodo en el que Pink Floyd era un nombre omnipresente a través de las canciones de un disco de espartana portada que, además, daría lugar a una de las giras más ambiciosas que había conocido la música en esa época. Siguiendo el espíritu de ópera rock, el tour de The Wall era un espectáculo lleno de artificiosidad y grandilocuencia, con un muro de doce metros que se iba construyendo conforme iba avanzando la actuación, globos gigantes representando diversas figuras y cuidadas animaciones realizadas ad hoc que se proyectaban a lo largo del espectáculo.
The Wall, además, contaría con un adaptación cinematográfica a cargo del director Alan Parker y que contaría con otro músico Bob Geldof, como protagonista. La película, más una obra de culto que un verdadero éxito, contribuyó a cimentar el estatus de obra de gran calado del disco. A lo largo de los años, Roger Waters, gran arquitecto del proyecto, reviviría su criatura en solitario, ganando dinero a puñados y creando una situación irreconciliable con los demás componentes del grupo.
Un repaso más o menos pormenorizado de The Wall arroja jugosas conclusiones que permiten entender su pervivencia como disco referente aún tras el paso de los años, la paulatina pérdida de predominancia del rock como motor de la música popular masiva y, en general, de varias décadas en las que el rock progresivo y sus excesos han sido objeto de escarnio y guasa.
El más evidente es la concepción de las giras como espectáculo grandioso que aúna entretenimiento con mensaje. Hay un hilo invisible que atraviesa el tiempo desde 1980 hasta nuestros días, donde bandas como Muse se han apuntado a apabullar a su público con luz y sonido con mensajes antitotalitarios o sobre la alienación del individuo que no andan tan alejados de voluntad (quizás sí de resultados) a los de Pink Floyd.
Del mismo modo, otros grupos como Radiohead han jugado a ganar apostando por un sonido elaborado con una coartada conceptual y grandes dosis de teatral trascendentalidad. Un espejo en el que se han mirado antes, durante y después conjuntos de toda índole: desde Spiritualized a Thirty Seconds to Mars, pasando por My Chemical Romance o The Smashing Pumpkins.
Si lo miramos tomando como referencia el zeitgeist musical de 2019, The Wall es un disco estilísticamente hiperglucémico, en el que aún se perciben restos de una era pasada y acaso perdida para siempre en la que el dinero fluía a espuertas en la industria musical y un artista de éxito contaba con medios prácticamente ilimitados para concebir, grapar y posproducir. También es un repositorio de reflexiones políticas y existenciales que cuarenta años después, siguen mostrando una enorme vigencia.
Finalmente, es un ejemplo inmejorable de la permeabilidad de la música como fenómeno social y mediático, así como un pionero de la cultura transmedia. Un referente para más artistas de los que se permiten admitirlo, cuya capacidad para fascinar parece no tener fecha de caducidad.
Fuente: www.esquire.com (Por Álex Serrano)
https://www.esquire.com/es/actualidad/musica/a30059409/the-wall-pink-floyd-40-anos/